No es oratoria, es aprender a expresarse. Al finalizar las clases, los últimos diez o quince minutos los dedicamos a un ejercicio de expresión oral. Organizamos una especie de asamblea y por turnos van saliendo al escenario para explicar y contar al resto de la clase qué han hecho.
Se insiste un poquito en como organizar la presentación de las tareas que han realizado; lo primero es presentarse ellos mismos, para que el público que asiste les conozco; luego tiene que presentar brevemente el trabajo, simplemente mencionar qué han hecho; y a continuación tienen que explicar qué es, para qué sirve, cómo funciona y demás detalles relacionado con el trabajo de esa clase.
Las primeras veces les sobra tiempo. Ah, tiempo… claro… es que solo tienen un minuto para la exposición. Y como digo, las primeras veces les sobra, ya que bien por timidez, bien por desconocimiento de las tareas y de la terminología, o por vergüenza o miedo al ridículo, la mayoría no se atreve a hablar casi nada. Sin embargo, en pocas clases se invierte esta situación y terminan por pedir dos minutos por que quieren contar más cosas, como aquello que les ha resultado más divertido, o más difícil o más llamativo.
Mientras que el orador está haciendo su ejercicio de expresión oral, los oyentes también están haciendo otro ejercicio: el de aprender a tener paciencia para escuchar y el tener respeto por el ponente; algo que les cuesta mucho ya que toman esta actividad como algo más gracioso; a veces incluso hay que intervenir cuando empiezan a asomar indicios de burla hacia el chico que en ese momento está haciendo su presentación.